El jueves pasado vi El perro mongol. Una producción alemana, dirigida por una directora de Mongolia (Byambasuren Davaa) que ha estudiado y trabajado en Alemania. La trama de la película es de una sencillez que puede parecer pueril: la familia Batchuluun, pastores nómadas, reciben, no sin ciertos problemas, en el seno de su familia a un perro. Como digo, a muchos les puede parecer el argumento de una de esas películas de autor, lentas y aburridas. Pero nada más lejos de la realidad. Este fábula sobre el valor de los sencillo, la dureza de la vida, la fuerza de la naturaleza, la fragilidad humana y la amistad es una película bella, con algunos toques mágicos y eso si, no puedo negarlo, indudablemente etnográfica. Sea como fuere, yo fui a verla tremendamente cansado y muy tarde por la noche y, lejos de dormirme, me atrapó por la belleza de sus fotogramas y por la ternura de su argumento. Francamente recomendable. Por cierto, tiene coña que lo único que sepa de Mongolia (un país inmenso que ocupa buena parte de la tierra firme del globo -la Mongolia actual es más de tres veces más grande que España-) es que en su día cabalgo por sus planicies Temüjin (más conocido como Gengis Kan) y que fue usada por Nikita Mikhalkov para rodar Urga. La verdad es que los medios de comunicación nos informan de lo que quieren y callan sobre muchas cosas.