Almudena Grandes echa el resto en campaña y muestra, desde la última de El Pais, su apuesta por vencer el miedo al PP que propaga el PSOE con intención de implantar definitivamente el bipartidismo, y su decisión de votar izquierda, Izquierda Unida.
Porque podemos hacer algo más que elegir entre Coca-Cola o Pepsi, entre PSOE y PP. Si estás indecisos no pierdes nada por echarle un vistazo.
Qué pena
ALMUDENA GRANDES 18/02/2008
Yo creo, primera persona del presente de indicativo del verbo creer. Yo creo, también del verbo crear. Me levanto todas las mañanas a las siete y media, como los creadores que prefiere Rajoy. No lo hago por gusto, sino por mor de la maternidad, concepto que está muy de moda en este gran mercado persa de ayudas y rebajas donde se celebra la precampaña, y de los horarios de la escuela pública, que ya estaría bien que se pusiera de moda alguna vez. Soy, por tanto, una creadora que cree. En la utilidad de mi voto, por ejemplo. Quizás porque nunca he sido miedosa. Ni en lo que creo del verbo creer, ni en lo que creo del verbo crear.
La campaña electoral se va a polarizar en una sola dirección, porque la socialdemocracia se va al centro, el centro a la derecha y la derecha a la extrema derecha, yo creo que alguien tiene que ocupar la izquierda, dejar de hacer regalos con el dinero de todos y dedicarse a defender los espacios públicos, que aseguran el bienestar de los más débiles. Yo creo que nada es más útil. ¿Soy ingenua? No. Sé que mi voto vale la cuarta parte que un voto al PSOE o al PP, pero eso no tiene nada que ver con la ingenuidad. Eso es sólo injusto.
Yo creo, y creo en la utilidad de las causas justas. Por eso no me afecta que muchos creadores a los que admiro, algunos a los que quiero, y hasta un hermano mayor, anden por ahí poniéndose cejas postizas. Lo que sí me hace daño es que, en lugar de pedir el voto a Zapatero y atacar de paso al enemigo, digan que pretenden orientar a los votantes de izquierdas que no saben a quién elegir. O sea, que no miran al PP, sino a IU. Desde que lo leí, me siento como una niña bajita, gordita y con gafas, amenazada en el patio por los grandullones del cole, no sea que se me ocurra crecer medio centímetro o ponerme lentillas. Qué feo. Y qué pena.
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¡Vota!
ALMUDENA GRANDES 03/03/2008
Sí, ya sé que mola más el escepticismo. Sé que el distanciamiento irónico es más acorde con mi edad, que la disciplina un pelín cínica de la crítica ácida va mejor con mi profesión, y hasta que la languidez del desencanto, tan femenina, me favorecería más en los planos cortos. Lo sé, pero el domingo yo voy a ir a votar. Por encima de mi escepticismo, más allá de mi evidente afición a la ironía, con mi conciencia crítica a cuestas y a despecho de la fotogenia, voy a ir a votar. Con mis propias decepciones y con mis ilusiones maltrechas, con mis principios más firmes y con mis hijos mayores, voy a votar.
Votaré a favor de mucha gente que no lo hará. Porque no tiene derecho a hacerlo o porque se le ha olvidado que lo tiene. Votaré para que los niños de 12 años no sean tratados como delincuentes, para que los inmigrantes que sostienen nuestra riqueza sin participar de ella no sean tratados como delincuentes, para que los excluidos sociales y las mujeres que abortan no sean tratados como delincuentes. Votaré en contra de mucha gente que votará. Votaré contra los privatizadores de servicios públicos, contra la humillación de los reclinatorios, contra las juntas de escolarización que favorecen a los colegios concertados, contra los explotadores de inmigrantes. Votaré, en definitiva, contra la gente de orden, ese orden detestable, delincuente, que se afirma en la insolidaridad, en la indiferencia ante el sufrimiento ajeno y en la perpetuación de los privilegios de unos pocos. Votaré a la izquierda, con la izquierda, por la izquierda, pensando en mis convicciones laicas, progresistas y republicanas, no en mis impuestos. Todavía hay unas pocas cosas que no pueden comprarse con dinero.
Y bien, a pesar de todo, sé que mola más el escepticismo. Pero yo miro a mi alrededor y, sinceramente, creo que no me lo puedo permitir. ¿Tú sí?
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Política
ALMUDENA GRANDES 25/02/2008
Todo es política, oigo a mi alrededor, continuamente. Y a veces tengo ganas de interpelar a quien lo dice, de girar la cabeza, de dirigir una mirada ilusionada a mi espalda y preguntar, ¿dónde? ¿Dónde está la política? Decidle que me espere, que no se vaya sin mí... Porque el caso es que yo no la veo por ninguna parte. Ocurrencias sí, montones. Espectaculares montajes de luz y sonido, reales o figurados, a porrillo. Propuestas frescas, merengadas, ingeniosas y cargadas de glamour, tantas como en los anuncios de compresas. Me producen el mismo efecto. Me aburro.
Los seres humanos olemos, y nos dolemos. Tenemos problemas, pero también esperanzas. Voluntad, sentido de la justicia, capacidad para creer, para ilusionarnos. Por eso inventamos la política. Por eso ha funcionado durante tantos siglos. Como una herramienta para transformar la realidad, para luchar por los propios deseos, para intervenir en el mundo. Eso era la política, pero, al parecer, ya no lo es. Cuando la gente dice que todo es política, habla de otra cosa. Habla de la alarma y de la desmemoria, de las zancadillas y del "yo no he sido", de la chulería y el mal arte de mentir con aplomo de unos, de la pasividad indolente de otros, y de nada más, porque parece que en España no hay más que dos partidos.
No me dirijo a la derecha. No quiero que gane la derecha. Pero quiero una izquierda madura, ni ingenua ni senil, politizada. Quiero oír hablar de sueños, de principios, de ideología. De ideología, sí, con todas las letras. Ya ven, lo he escrito y no me ha pasado nada. No me ha fulminado ningún rayo divino, sigo sentada en mi silla, tan tranquila, y eso que hasta me he emocionado un poco. Porque la política también tiene que ver con la emoción. Con la tensión, no. La tensión pertenece a los dominios del miedo. Y el miedo no tiene nada que ver con la política.
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