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directores teatrales

  • ¡ CUERPO A TIERRA, QUE VIENEN LOS DIRECTORES DE ESCENA !

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    fotonoticia_20080710175152.jpgEn los últimos meses he ido varias veces a la ópera y casi nada he contado de ello en este blog. La explicación es muy sencilla: todavía me estoy recuperando de ello.

    Para mí la ópera es un 80% música y un 20% de teatro. Así la conceptuo y así la amo. Es solamente mi opinión. Es muy probable que no sea correcta. Pero, dado que es la mía, es la que yo uso como referencia.

    Dicho lo anterior, se comprenderá cuan apenado y, a veces, cabreado estoy cuando asisto a una ópera en la que la parte teatral es tan abominable que ensombrece o incluso impide de manera total disfrutar de las exquisiteces musicales (cuando las hay).

    Las tres "cositas" que se me han indigestado ultimamente han sido El castillo de Barba Azul de Béla Bartók, Elektra de Richard Strauss (dos montajes para la ABAO bilbaina en los sufrimos al director de escena Peter Konwitschny) e Idomeneo de W.A. Mozart (en el Teatro Real en el que casi nos aniquila el director de escena Luc Bondy -foto de cabecera de este post-).

    Vamos a dejar de lado las partituras, la orquesta y los elencos. No quiero hablar de música en este post. Hablemos hoy solo del teatro que debe acompañar bien, o debería, a una ópera.

    Pues bien, los montajes escénicos de estas tres óperas han sido de las experiencias más deprimentes a las que me he enfrentado en los últimos años. O por grises, lúgubres, minimalistas, asincrónicos o por delirantes, poperos, sanguinolentos el resultado ha sido una música que no se podía disfrutar. En los casos de El castillo de Barba Azul o de Elektra da un poco igual (son dos pestiños musicales que no hay quien los disfrute). Pero en el caso de Idomeneo Rey de Creta es un drama, pues es una ópera no exenta de belleza músico-lírica y, sin ser lo mejor de Mozart, es muy disfrutable, cuando a uno le dejan.

    De las dos primeras óperas citadas (El castillo de Barba Azul y Elektra) decían sus organizadores que "la tensión de una tragedia que invita a reflexionar sobre lo estéril que resulta el recurso a la violencia". El ya citado Peter Konwitschny va aún más lejos y afirma que "El mundo occidental está próximo al colapso y me parece una postura muy asocial presentar la ópera sólo como sonidos bonitos. Todas las obras tienen un mensaje importante y me parece asocial pisar un escenario sin decir nada".Yo diré lo que sentí. Aprecié mucho la esterilidad de sus montajes (no la de la violencia) y me pareció asocial que la escenografía fuese tan fea, estridente, inadecuada e insufrible. De hecho, me pareció que pisaron el escenario para decir nada, o al menos, nada bueno.

    idomeneo01.jpg

    De la segunda (Idomeneo -foto anterior-) el ya mencionado director de escena Bondy dice "Me pareció interesante acercar esta ópera todo lo posible ya que es una obra muy intimista que rezuma refinamiento". Pues bien, su montaje ni es cercano al público (no basta con poner a los cantantes muy cerca del patio de butacas) ni es intimista ni refinado. Lo que yo sentí fue aburrimiento, pena, indignación y al final perplejidad.

    A mi me da la sensación de que muchos directores teatrales consideran que su trabajo (muy bien pagado, por cierto) es llevarse la trama de la ópera al tiempo histórico más distinto posible al del libreto original (en caso de duda, siempre es muy socorrido trasladarla a la Alemania nazi de los años 30, o eso creo a juzgar por el número de óperas y obras de teatro que se van a visitar el tiempo post República de Weimar), castigar al público con oscuridad, minimalismo, estridencias y por fin, siendo esto una de las claves fundamentales de su tarea, nunca, insisto, nunca hacer coincidir el tono de la escenografía con el tono de la música (son apoteósicos los finales alegres -musica y argumento- contrarrestados por escenografías tenebrosas a más no poder). Este es, sin duda, el director de escena postmoderno main stream. Aunque no hay que dejar de referirse a esos otros directores de escena que parecen todos primos (tontos) de Almodovar, que inundan de kitsch todo lo que tocan y que se mueren por hacer pop cualquier cosa. Recuerdo una muñeca hinchable de más de siete metros de alto en la sacrosanta arena de Verona en medio de una Traviata de hace unos cuantos veranos.

    Pues bien, a todos estos profesionales de destrozar óperas solo les quiero pedir una cosa: dedíquense a otra cosa y déjenos disfrutar de la belleza musical del genero. Si alguno de ustedes se ve en condiciones de acompañar armonica y consecuentemente la música de una ópera con su teatro, sigan adelante.

    Por cierto, todo esto no quiere decir que considere que las óperas tienen que ser reproducidas miméticamente ad nauseam. No, estimo la innovación, los nuevos enfoques y el riesgo del cambio. Pero siempre que haya coherencia y armonia entre la música y el teatro.

    Dicho lo anterior, el raro seguramente debo ser yo. El montaje de Idomeneo del que hablo gusto mucho a la prensa.

     

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