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  • COSMOPOLIS de Don DeLillo

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    Este invierno leí Cosmopolis de Don DeLillo, un autor del que todo el mundo habla como si ya fuera un clásico en vida y del que yo tenía ganas de leer algo antes de que se convierta en un clásico muerto (tiene ya más de 70 años).

    De este libro su editorial española (Seix Barral) dice:

    "A sus veintiocho años, Eric Packer es multimillonario y asesor de inversiones. Un día de abril de 2000 se enfrenta a dos desafíos: apostar su fortuna contra la subida del yen… y ganar, y cruzar la ciudad en su limusina para cortarse el pelo… y llegar con vida. Durante su viaje, una odisea contemporánea fascinante, queda atrapado en un atasco producido por diversos acontecimientos: la llegada del Presidente a la ciudad, el funeral de un ídolo de la música, el rodaje de una película y una violenta manifestación política.

    Cosmópolis transcurre en un solo día, el último de una época, símbolo del intervalo entre el final de la guerra fría y la actual era de terror, de los años 90, cuando el mercado financiero se desploma y la «nueva economía» inicia su agonía. La última novela de Don DeLillo es una historia intensa que surca los temas capitales de su obra: la alienación, la paranoia, el sexo, la muerte, el mercado global, el terrorismo y la relación entre poder y tecnología.

    Reconocido por la crítica internacional como el maestro indiscutible de toda una generación, DeLillo es uno de los autores más importantes y representativos de la ficción norteamericana actual. Es dueño de un estilo directo, preciso, que se nutre de una amplia documentación y una elegancia estilística inusual, capaces de mover a la risa, al terror o a una profunda reflexión. La nueva novela de un autor descrito sin paliativos como «magistral», «asombroso», «exquisito» (New York Times, Newsweek, The New York Times Book Review,) es todo un acontecimiento literario.

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    Don Delillo utiliza una prosa directa y precisa, que es a la vez irreal, envolvente y alucinógena, con la que dota de un aire presuntamente trascendente al back office psicológico del capitalismo financiero de casino. Eric Packer, lo que hoy llamaríamos un especulador financiero al por mayor, pero que a finales de los noventa sería considerado un innovador financiero de cuyo talento se beneficia todo el sistema productivo, es descrito en la novela como un ser imprudente, peligroso y tremendamente narcisista. Pero, a la vez, Delillo confiere al personaje una cierta pátina de cultura (lee a autores clásicos europeos en sus idiomas originales), capacidad intelectual (parece poder procesar con su propia cabeza toda la información financiera existente en el mundo), extravío vital y excepcionalidad humana (un estilo de vida al margen de toda convención) que parece explicar la inmensa fortuna y poder del joven broker.

    Packer es un tipo despreciable cuya ruina y asesinato estuve deseando ardientemente todas y cada una de las páginas de libro. La novela de Delillo, en sus último párrafos, me dio esa satisfacción. Pero hasta en esto la novela usa el nihilismo como cortina de humo sobre la realidad más prosáica. Los brokers, traders y bankers anglosajones que controlan la economía planetaria desde hace dos o tres décadas, y que entre los veranos del 2007 y el 2009 han puesto al mundo al borde del abismo, ni son intelectualmente sofisticados, ni leen poesía, ni son excentricos, ni mucho menos mueren por un corte de pelo (matár, quizás si). Los Packers de la vida real son respetables padres de familia, con vidas normales e intelectos más bien normales que bajo ningún concepto se jugarían la vida en su limusina buscando un corte de pelo quimérico en una Nueva York a punto de incendiarse física y metafísicamente. Los Packers de la vida real son más prosáicos, menos literarios, menos nihilistas y mucho más pragmáticos: prefieren que los muertos seamos nosotros a ellos y, por lo tanto solo, nunca pierden y mueren ya ancianos rodeados de lujo en sus mansiones.

    La Cosmopolis de Delillo es un libro mentiroso, brillantemente escrito, que quiere epitomizar un tiempo (finales del siglo XX), un lugar (la capital de un Occidente alienado que jura no estarlo y cree que aliena al resto del mudno) y una clase social (los financieros amos del mundo), sin levantar nunca el velo que nos impide ver la realidad: la tremenda idiocia colectiva de una ciudadanía que permite que petimetres como Packer lleguen a tener un poder casi absoluto sobre nuestras vidas.

    La prosa de Delillo me fascina. Su cosmovisión, implícita o explícita, veraz o fingida, en serio o iocandi causa, me repugna.

    Creo que seguiré leyendo más cosas suyas para poder disfrutar más de su prosa y quizás descubrir que lo que DeLillo nos presenta falsariamente trascendentalizado también le repugna a él mismo.

     

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