El fin de semana pasado alivié los rigores de mi último ingreso hospitalario, bastante largo esta vez, con unas fabes con almejas que me hizo mi madre.
Estaban riquísimas y, sin duda, eran una de las mejores formas de elevar mi cuerpo y mi espíritu en un contexto de frios invernales y malos rollos propios de las estancias en las dependencias de Osakidetza.
Muchas gracias mama.
PD: parte del festín ha ido a parar a mi congelador y será pasto de futuros ardores gastronómicos.
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