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maltrato animal

  • ANTITAURINOS EN SANFERMINES

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    Ahora que las fiestas de San Fermín llegan a su fin, quiero agradecer a los antitaurinos que se han manifestado en Pamplona estos días contra la tortura animal y por la decencia humana.

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  • EL "ARTE" DE MATAR (TOROS)

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    8b68e6f80fa28531ae29aea0e364bf1f.jpgEn estos días en que transcurren las fiestas de San Fermín (en las que no solo hay encierros -la cara "amable" del negocio de la tauromaquia-, sino también corridas de toros) con gran alborozo general (¡ incluso Cuatro informa de los encierros en la sección de deportes !) quisiera traer a colación un texto con el que me identifico mucho.

    EL ARTE DE MATAR

    ANTONIO MUÑOZ MOLINA

    El País 14 de junio del 2008

    Cuando yo tenía seis o siete años mi padre me llevó una vez a una corrida de toros. A él le gustaban mucho y le ilusionaba transmitir a su hijo esa afición. Se acordaba siempre de la tarde de agosto en que alguien bajó por la vereda de la huerta en la que trabajaba y le dijo llorando que un toro acababa de matar a Manolete, muy cerca, en la plaza de Linares. Manolete era para ellos un héroe y también una persona muy próxima. Más aún lo fue veinte años después otro matador de éxito más bien pasajero, Carnicerito de Úbeda. No sólo era de nuestra misma ciudad: su padre, de quien le venía el sobrenombre, tenía un puesto en el mercado justo enfrente del mío. De pronto ese niño al que mi padre había visto crecer era una figura del toreo que llenaba las plazas y aparecía a página entera en aquella revista taurina que se llamaba Dígame. Era, literalmente, uno de nosotros, e incluso los niños nos enorgullecíamos de que hubiera nacido en nuestra ciudad y celebrábamos su éxito. Algunas veces lo veíamos pasar en un Mercedes blanco.

    Con los años, la corrida a la que me había llevado mi padre sólo fue un recuerdo vago de aburrimiento y disgusto. Él, sin embargo, se acordaba muy bien, con esa buena memoria para las desilusiones y los agravios menores que tienen en común los padres y los hijos. Mi padre se acordaba de que a los pocos minutos de empezar la corrida yo ya estaba preguntándole cuánto quedaba para que terminara. "¿Por qué toro van ya?". Imaginaría, con razón, que mi desinterés en los toros era otro signo de mi discordia inexplicable hacia las cosas que a él más le gustaban, las que constituían su mundo, las que yo hubiera debido aprender de él como él las aprendió antes de su padre: el campo, los animales, la hermosa agitación del mercado de abastos, las canciones flamencas que sonaban siempre en la radio. Ése era el mundo de la gente trabajadora campesina: nuestros padres estaban seguros de pertenecer a él de la misma manera visceral en que muchos de nosotros queríamos abandonarlo. No era ni el paraíso que inventa luego la nostalgia ni la cultura inmemorial y a ser posible inalterada que tanto gusta a los antropólogos y a los fabricantes de raíces vernáculas: el mundo de los campesinos pobres españoles de los años cincuenta y sesenta era el paisaje de ruinas posterior a la Guerra Civil, y su apariencia de perduración el resultado de un retroceso traído por la victoria militar de las clases sociales más retrógradas y de sus aliados eclesiásticos.

    En esa aspereza sin demasiados horizontes la afición a los toros deparaba a nuestros mayores una emoción estética y la ocasión de admirar el triunfo de alguien salido de su misma clase. Raramente advertirían la brutalidad de un espectáculo sanguinario quienes la experimentaban a diario en sus propias vidas. Nosotros, los hijos de aquella gente, crecimos en el mundo que ellos habían hecho posible con su trabajo sin recompensa, y fue precisamente lo que ellos nos dieron lo que alimentó nuestra vocación de lejanía. Porque nuestra vida era mejor y más ancha de posibilidades ya no nos gustaba lo mismo que a ellos. De muy niños nos habíamos retorcido de risa viendo correr delante de un novillo a los enanos de la troupe del Bombero Torero; incluso, aunque a veces se nos partiera el corazón de lástima, no nos habíamos rebelado contra el trato brutal que recibían los más indefensos, los tontos a los que perseguían a pedradas adolescentes feroces, los perros enganchados a los que alguna mala bestia separaba con una navaja.

    En esa España chillona retrógrada que se nos volvía afortunadamente tan ajena estaban incluidos los toros, a veces sólo por razones estéticas, antes de que empezáramos a tener alguna sensibilidad hacia el sufrimiento de los animales. Los pasodobles, las monteras, los trajes de luces, la grosera simbología de la sangre, la arena, la cornamenta, la espada. Era la España negra: la de los lugares comunes baratos del turismo, la de la intelectualidad extranjera que fingía apreciar nuestro exotismo y al mismo tiempo nos miraba de arriba abajo, brutos domados por un dictador y tan prisioneros de sus pasiones y sus rituales que no podían entrar seriamente en el mundo moderno.

    Creíamos que la libertad, al ventilarnos el país, iría despejando toda esa panoplia de espectros; que el ejemplo de nuestra democracia y la riqueza de nuestra mejor tradición ilustrada disiparían poco a poco en el mundo la fama negra de España. Quién nos iba a vaticinar que bien entrado el nuevo siglo todo aquello que nos repugnaba por pertenecer a los peores residuos del pasado regresaría convertido en modernidad, incluso en sofisticación. Una mezcla letal de ignorancia, penuria cívica y especulación urbana se ha llevado por delante muchos de nuestros paisajes más hermosos y destruido para siempre el legado de nuestra arquitectura popular: del pasado ahora lo único que queda, lo que se celebra, lo que se conmemora, es lo más retrógrado, ahora convertido en cool, elevado a la categoría inatacable de cultura autóctona, incluso de arte de vanguardia.

    Puedo comprender que mi padre se conmoviera viendo una corrida de toros: ahora veo la foto de un torero en la primera página de los periódicos más serios, leo los ríos de prosa artístico-taurina que vuelven a derramarse, y siento vergüenza de mi país, y un aburrimiento sin límites. Ya sé que en España la defensa del trato digno hacia los animales merece el mismo escarnio que se reservaba hace un siglo para las sufragistas. ¿Realmente hay mucha nobleza en el espectáculo de atormentar a un animal y de acabar con él no en ese instante de arte supremo que tanta emoción provoca entre los intelectuales de mi época, sino, como suele ocurrir, después de una repulsiva sucesión de torpes estocadas? Mentes selectas han decidido que las corridas de toros son alta cultura: no deberá extrañarnos que fuera de nuestro país mucha gente siga pensando que toda nuestra cultura son las corridas de toros. Si yo fuera pintor español, incluso si fuera pintor español aficionado a los toros, me causaría cierta desolación que el único artista español digno de la atención del crítico estrella del New York Times sea el torero José Tomás. Leo también, desde lejos, que además de artista José Tomás es poeta. Y no puedo menos que pensar en la vieja tradición de literatos caprichosos dedicados a llenarle la cabeza de pájaros a algunos toreros que tal vez se dedicaron a ese oficio por la simple razón de que les ofrecía la posibilidad de no morirse de hambre. El Llanto por Ignacio Sánchez Mejías es un gran poema, desde luego. Pero no sé si compensa las toneladas de lirismo taurino tan pegajoso como pringue de chorizo que han vuelto a inundar los periódicos, justo cuando los toros, por fin, se van convirtiendo de verdad, para la mayor parte de la ciudadanía, en una penosa antigualla que sólo sobrevive gracias a la subvención, como cualquier otra de nuestras identidades ancestrales.

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  • TOROS: NO CON MI DINERO

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    45c517c1b84c178b0fd88a09b5a75e8c.jpgLeo en el blog del eurodiputado español David Hammerstein que los toros reciben en España, al menos, 550 millones de euros de dinero público en subvenciones al año.

    El dato me parece escandaloso. No solo esta repugnante práctica de tortura animal recibe la cobertura de las leyes española (estatales y autonómicas), haciendo que no se considere maltrato animal el toreo, o es objeto de información partisana por parte de los medios de comunicación, sino que resulta que la financiamos todos con fondos públicos, apoyemos o no esta salvajada.

    Supongo que los antitaurinos podemos ir de menos a más en nuestras reivindicaciones, pero este tema no lo debemos dejar pasar de largo.

    Cuando hablo de ir de menos a más me refiero a lo siguiente:

    1. que los antitaurinos dejemos de ser socialmente invisibles
    2. que las corridas de toros solo se puedan dar en la TV fuera del horario infantil (es decir, después de las 8.30 o 9 de la noche)
    3. que las corridas no se puedan dar en la TV de ninguna manera.
    4. que no se financien los toros con dinero público
    5. que los toros sean una actividad con una fiscalidad especial, fuertemente desincentivadora
    6. que se prohiban las corridas de toros por ley.

    Bueno, creo que este tema va a dar para mucho en mi blog.

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  • ACABA LA FERIA DE SAN ISIDRO SIN NINGUN TORERO MUERTO

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    d473e3ba5b810d55720fdf313d7366ee.jpgOtro año más acaba la Feria de San Isidro, a decir de los entendidos, el culmen de la tauromaquia, sin que muera ningún torero. Por contra si han muerto bastantes toros, concretamente seis por corrida.

    Siempre me han horrorizado las corridas de toros. Me parecen una salvajada. No encuentro nada de arte por ningún sitio. Y si mucho sadismo, maltrato animal, incultura, caspa y negocio. Soy, es innegable, antitaurino y me gustaria que las corridas de toros estuviesen prohibidas por ley. Desgraciadamente, hoy por hoy, todas las leyes españolas sobre protección de animales excluyen de manera expresa de sus previsiones proteccionistas a los toros y a la caza (la "deportiva" no la alimenticia que podría estas más justificada).

    f79452d64829504172a8229532230230.gifEste año la Feria de San Isidro ha recibido una cobertura en todos los medios de comunicación especialmente parcial y desmedida como consecuencia del exito en la práctica de matar toros del Sr. Jose Tomás. De forma insoportablemente partisana los medios han "informado" sobre la capacidad del Sr. Tomas para matar toros. Ni una sola mención a las manifestaciones antitaurinas (que este año han llegado hasta a manifestarse en el centro del coso madrileño). Ni una sola referencia a que millones de españoles nos avergonzamos ante tanto sadismo con los animales. Los medios españoles generalmente aceptan la tauromaquia como se acepta el hecho de que respiramos oxigeno, sin cuestionar nada y sin dar voz a los que se cuestionan algo.

    2cb8f2af96836740f9712ceac734b780.jpgPor si todo esto no fuera poco el PP ha llevado al Parlamento Europeo el tema de los toros y durante dos días ha patrocinado un chiringuito protaurino en la capital comunitariacon el objeto de convencer a la UE de las virtudes del toreo. Esta acción de proselitismo taurino ha costado cerca de unos 400.000 euros y la hemos pagado todos a escote, pues ha sido financiada con dinero público. Este evento recibió abundante cobertura mediática. Sin embargo, en el mismo Parlamento Europeo y en los mismos días ecologistas y antitaurinos españoles y europeos mostraban su oposición a las salvajadas tauromáquicas. Pues bien, la mayor parte de los medios de comunicación españoles obviaron este otro acto y se centraron solo en el protaurino. De nuevo parcialidad absoluta y violación del derecho a la información de los ciudadanos.

    Así que ante todas estas cuestiones, asqueado y escandalizado, afirmo que lamento profundamente que no haya muerto ningún torero tampoco este año en la Feria de San Isidro.

    PD1: os dejo un par de links interesantes, el de la Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia y el de la Fundación Altarriba (que es de donde he cogido los carteles que ilustran este post).

    PD2: también os dejo in video de los activistas antitaurinos que este año han saltado al ruedo de la Plaza de Las Ventas.

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