Mi personaje (negativo) del año ha sido el Sr. Ferrin Camalita, un caballero que, siempre que puede, antepone sus creencias morales al ordenamiento jurídico. Lo cual no tendría ni la más mínima importancia (él ordenamiento jurídico le ampara para pensar lo que le de la gana, siempre que no delinca) si no fuera por que el Sr. Ferrín Calamita es juez y los jueces son, entre otras cosas, la boca por la que habla la ley.
Al Sr. Ferrán Calamita no le gusta el top less, las bodas entre gays, los divorcios, o que las lesbianas puedan adoptar (hasta el extremo de retirar la custodia de su hija a dos madres lesbainas). Que el Sr. Ferrán Calamita tenga esas opiniones antediluvianas y retrogradas no es relevante. Pero que el juez Ferran Calamita priorice esas ideas a los mandatos del ordenamiento jurídico es un peligro.
Obviamente este juez no es expresivo del estado de nuestra judicatura y fiscalia. Estas dos instituciones son, en general, bastante conservadoras, pero no es frecuente ver sentencias con total y absoluto desprecio por la literalidad de la norma o que incluso se atrevan a criticar la legalidad.
Afortunadamente este proceder ha merecido expediente disciplinario del CGPJ y fuertes críticas del Gobierno.
Pero creo que el juez Ferran Calamita no ha recibido el reproche que merece una amenaza pública como la suya para el orden democrático. La justicia es un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos de jueces que no creen en la democracia, los prinicipios y valores de la constitución, el estado de derecho, la separación de poderes o el principio de lagalidad.
Sea como fuere, el juez Ferran Calamita es mi hombre (peligroso) del año.
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