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  • UNIVERSIDAD: ¿COMO COMBINAR EL ACCESO IGUALITARIO, LA EXCELENCIA ACADÉMICA Y LA INVESTIGACIÓN AL SERVICIO DEL BIENESTAR Y PROGRESO SOCIAL?

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    Dicen que el buen blogger no debe reproducir textos escritos por otro y publicados en otro medio, máxime si este es 1.0 (el papel de toda la vida).

    Sin embargo, a mi me gusta, solo de vez en cuando, reproducir en mi blog textos que me han hecho pensar y que me parecen de relevancia.

    ¿ES POSIBLE COMPATIBILIZAR UNA UNIVERSIDAD EN LA QUE SE ACCEDA POR MERITO Y CAPACIDAD, EXCELENCIA ACADEMICA E INVESTIGACION AL SERVICIO DEL BIENESTAR Y PREGORESO SOCIAL EN ESTOS TIEMPOS DE TOTAL GLOBALIZACION?

    La pregunta tiene mucha enjundia y el siguiente artículo analiza algunos aspectos de esta cuestión.

     

    EL RETO DE OXFORD

    Timothy Garton Ash

    El País 1 de junio de 2008

    Oxford acaba de anunciar la mayor campaña de obtención de fondos lanzada por una universidad europea; mientras tanto, Europa y el resto del mundo necesitan imitar lo mejor -pero no lo peor- del modelo estadounidense.

    Paso mi vida académica dividido entre dos universidades, Oxford y Stanford. En 2006, Stanford anunció una campaña con el "reto" de recaudar 4.300 millones de dólares (unos 2.700 millones de euros). Esta semana, Oxford ha lanzado una campaña (campaign.ox.ac.uk) para recaudar 1.250 millones de libras (1.570 millones de euros), la mayor jamás lanzada por una universidad europea.

    Detrás del intento de Oxford de jugar en la superliga de la financiación de las universidades al estilo norteamericano se encuentra una cuestión más amplia: ¿tendrá Europa, la cuna de la universidad moderna, unas universidades de investigación de categoría mundial de aquí a 10 años? Y esa pregunta forma parte de un enigma mayor: ¿cómo puede resistir Europa en un mundo cada vez menos europeo? Por ahora, Europa está representada en la lista de las 10 mejores universidades del mundo que elabora el Times Higher Education Supplement por cuatro instituciones, todas británicas: la Universidad de Oxford, la de Cambridge, el Imperial College de Londres y el University College de Londres. En la lista rival que elabora la Universidad Jiao Tong de Shanghai, sólo Oxford y Cambridge están entre las 10 primeras. Las otras ocho son estadounidenses, pero China tiene intención de incluir pronto una de las suyas.

    Oxford dice que el contexto de su campaña es "un mundo de financiación estatal incierta y competencia mundial creciente". Veo esa competencia feroz por los mejores profesores y los mejores estudiantes cada semana, tanto si estoy en Oxford como si estoy en Stanford. Éste es un mercado tan globalizado como los de los ordenadores, el petróleo y los servicios financieros. Oxford aguanta, pero a duras penas. Para los jóvenes profesores más brillantes del mundo, los patios cuadrados de piedra, las cenas civilizadas en los colleges y una tradición intelectual de incomparable riqueza pueden compensar sólo hasta cierto punto unos sueldos más bajos, unos precios de la vivienda más altos y unos horarios de trabajo más cargados que, por ejemplo, en Stanford.

    El dinero no es, en absoluto, el único factor en este mercado globalizado de la enseñanza superior, pero desde luego ayuda. La financiación pública de la educación superior en Gran Bretaña ha aumentado con el nuevo laborismo después de que sufriera un declive espantoso con Margaret Thatcher, pero no puede solucionar todos los problemas de un sector universitario mucho más extendido, significa ataduras burocráticas y políticas y seguramente saldrá mal parada en las restricciones actuales del gasto público. En cualquier caso, la independencia financiera y la intelectual van de la mano, como advierte el folleto de campaña de Oxford en un apartado sucintamente titulado "Libertad".

    Los derrotistas ven la dotación de 35.000 millones de dólares con que cuenta Harvard y dicen que "es imposible que lleguemos a eso". Pero Harvard es un caso aparte. Stanford tiene justo por encima de 17.000 millones de dólares y Princeton casi 15.000 millones. Si se suman las dotaciones de los colleges de Oxford, la universidad y sus fondos y fundaciones, y se capitalizan las transferencias anuales medias de las rentables ediciones de Oxford University Press, podemos alcanzar una cifra de unos 11.000 millones de dólares, según los tipos de cambio actuales. Y ese cálculo ignora el hecho de que los títulos de las tierras que figuran en algunas dotaciones de Oxford están valorados en precios de los siglos XV o XVI (una anomalía surrealista y digna de un clásico de esta universidad, Alicia en el país de las maravillas). Si a eso se añade una campaña que tenga éxito y consiga otros 2.500 millones de dólares, estaremos cerca de Princeton.

    Ahora bien, las dotaciones, junto con la financiación pública y privada de la investigación y las colaboraciones y derivaciones comerciales, no son más que parte de la historia. Las mejores universidades de EE UU disponen además de más ingresos procedentes de las matrículas. Aunque Oxford puede resultar caro para los alumnos de fuera de la UE, sus tarifas para los británicos tienen un tope que fija el Gobierno, como las de las demás universidades británicas, en un máximo ligeramente superior a 3.000 libras anuales (3.800 euros), que es ya el triple de la cifra anterior a 2006 y una cantidad más elevada que en la mayoría de los países de Europa continental. Incluso contando con las aportaciones de fondos especiales del Gobierno que ayudan a sostener su sistema único de tutorías y colleges, Oxford calcula que subvencionar el coste de educar a un estudiante británico le supone un gasto de unas 7.000 u 8.000 libras al año. Si Oxford adoptara verdaderamente un modelo de financiación estadounidense, tendría que cuadruplicar (por lo menos) sus matrículas y, si quisiera mantener unos criterios de admisión independientes del nivel económico, tendría que ofrecer unas becas muy generosas para ayudar a los alumnos de familias más pobres.

    Es posible que ésa sea -quizá debería ser- la dirección que emprenda Oxford durante los próximos 10 años, pero no será un proceso rápido, completo ni carente de discusiones y negociaciones complejas, porque Oxford está en Europa, no en Norteamérica. Sus profesores y estudiantes no sólo trabajan en un contexto político europeo que es, al mismo tiempo, liberal y socialdemócrata en sentido amplio; son parte de él y comparten muchos de sus valores. Reconocen que el mero hecho de empezar a avanzar en la dirección de Stanford, por así decir, plantea difíciles problemas de acceso, igualdad y justicia social.

    Es imposible empezar a hablar de todos esos problemas, pero veamos una muestra del caso británico. El importe máximo de 3.000 libras (más inflación) de las matrículas y el sistema de préstamos a estudiantes que lo acompaña van a ser sometidos a una revisión del Gobierno que comenzará el año próximo pero quizá no ofrezca resultados hasta después de las próximas elecciones (ni los laboristas ni los conservadores quieren que esto se convierta en una patata caliente en época electoral). El Gobierno asocia la cuestión de las matrículas y los préstamos a la mejora del acceso a la universidad para los estudiantes de escuelas públicas -frente a los que proceden de las privadas- y ambientes menos favorecidos. Oxford aplica un criterio escrupulosamente meritocrático a la admisión (mucho más que algunas de las principales universidades estadounidenses, que ofrecen un acceso privilegiado a los alumnos más mediocres de antiguos alumnos generosos; de ahí que George W. Bush fuera a Yale), pero muchos de esos estudiantes no solicitan la entrada en Oxford debido a la falta de conocimiento, profesores que les descorazonan y la imagen de la universidad -difícil de eliminar- como lugar de privilegios, oropeles y champán. Si, aunque mezclemos nuestras metáforas como no debería hacerlo ningún alumno, esta patata caliente acaba en el campo del líder conservador David Cameron -en el caso de que éste se convierta en el 26º primer ministro educado en Oxford-, será doblemente explosiva.

    Sin embargo, más allá de la política de imagen, nos encontramos ante unos dilemas políticos reales. Si se eliminan los topes de las matrículas, ¿aumentaría el Gobierno los préstamos a estudiantes en la proporción correspondiente? Eso significaría más deuda para los licenciados y más gasto público. ¿O se encargaría el Gobierno de pagar directamente la factura, con dinero que tendría que quitar de los hospitales, las escuelas públicas y el gasto social? ¿O pediría a las universidades que compensen ellas mismas la diferencia? Si Oxford tiene éxito con su campaña, seguramente podría financiar la diferencia con esa dotación aumentada y conceder becas a los menos acomodados, como hacen Harvard y Stanford. Pero Oxford y Cambridge son las dos únicas grandes universidades de Europa que tienen la más remota posibilidad de pensar en algo así.

    Las dotaciones del Imperial College y el University College de Londres están muy por debajo, y mucho más aún las de otras universidades británicas importantes. Por tanto, si se eliminan los topes y esas universidades cobran unas matrículas más elevadas -cosa que sus magníficos resultados académicos justificarían, desde luego, incluso en un mercado muy competitivo-, ¿quién pagaría la diferencia a sus alumnos más pobres? ¿O acaso esas universidades ajenas a Oxbridge pero también de élite se convertirían en escuelas privadas para estudiantes acomodados y (cada vez más) extranjeros?

    No sé las respuestas. No he planteado ni la mitad de las preguntas. Pero sí sé que éste es el debate que debemos mantener durante los próximos años, no sólo en Gran Bretaña sino en toda Europa. La pregunta fundamental -podemos llamarla la pregunta de Oxford- en la que se basan todas las demás es ésta: ¿podemos tener en Europa justicia social en la enseñanza superior y al mismo tiempo unas universidades investigadoras de primera categoría? ¿O hay que elegir?

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  • LA UE PIERDE LA BATALLA DE LA INVESTIGACION Y EL DESAROLLO. DENTRO DE EUROPA, ESPAÑA SIGUE FIRME EN LAS POSICIONES DE COLA

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    Reproduzco, por su interés, un artículo de estos últimos días del diario El País. Para salir de la economía enaldrillada y turistizada (un modelo de bajo valor añadido y muy abrasivo desde el punto de vista ecológico) España debe apostar por el I+D+I. Pero parece que seguimos en el furgón de cola.


     

    La inversión en investigación y desarrollo
    Europa pierde la carrera en I+D
    Lejos de EE UU y Japón, el Viejo Continente se arriesga a ceder capitales a favor de China

    ANDREA RIZZI - Madrid - 10/12/2006 


    Es la batalla del conocimiento, Europa está perdiendo la carrera del futuro. Las inversiones del Viejo Continente en I+D no logran acercarse al esfuerzo que se hace en Estados Unidos y Japón. Pero a este retraso se añade ahora el desafío representado por China y otros países emergentes. Si hay alguien que todavía piense en el país asiático como productor de camisetas y zapatos, tendrá que actualizar sus ideas: al final de 2006, China será el segundo país del mundo -después de Estados Unidos- en cuanto a inversiones en investigación y desarrollo. Éste es el cuadro que esboza un estudio publicado esta semana por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), con sede en París.

    Los datos son contundentes: Japón invirtió en I+D el 3,13% de su PIB en 2004; EE UU, el 2,68%, y la UE de 25 miembros, el 1,81% (en 2003, último año del que se dispone de datos homologados para el conjunto de países europeos). El estudio delata que las distancias permanecen prácticamente invariables desde hace una década. España sólo invirtió el equivalente al 1,13% de su PIB en 2005, reforzando así los problemas que afligen a la UE. Mientras tanto, China irrumpe con fuerza en escena gracias a inversiones internas y a la atracción de capitales: aunque en 2004 invirtió el equivalente al 1,2% de su PIB, la tasa de crecimiento es veloz.

    "Los capitales de I+D están rompiendo fronteras y se dirigen ahora también hacia países emergentes", explica Mario Cervantes, economista de la OCDE y coautor del estudio. "Los países desarrollados que no creen condiciones favorables al I+D corren el riesgo no sólo de no atraer inversiones, sino incluso de perder aquellas que tienen en la actualidad".

    Ésta es la amenaza a la que se enfrenta Europa. "El esfuerzo inversor de muchos gobiernos europeos es positivo", observa Cervantes. "Pero no es suficiente inyectar dinero. A la vez es necesario reformar el mercado laboral, el sistema fiscal, las relaciones entre centros de investigaciones públicos y los de las empresas privadas...; en fin, constituir un ambiente propicio a la investigación y que atraiga la inversión del sector privado".

    Ahí está una clave fundamental de lo que está pasando. Es interesante notar la parte aportada por empresas privadas a la inversión total: en Japón supone el 75%; en China, el 65%; en EE UU, el 64%. Y en la Unión Europea, el 54%. La aportación empresarial falla en Europa.

    "La debilidad de la contribución empresarial en I+D es quizá el problema más grave en la realidad española", comenta Carlos Martínez, el presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). "El actual Gobierno está haciendo un esfuerzo importante. Pero está claro que las dimensiones de la cuestión requieren no sólo programas puntuales, sino un verdadero esfuerzo global. Los avances espectaculares de países como China no dejan margen. Si Europa no recupera pronto el tiempo perdido, irá hacia el fracaso". Los capitales no tardan en huir.

    La OCDE ofrece sobre ello datos interesantes. En 1995, España atraía el 2,4% de las inversiones en el extranjero en I+D de las empresas estadounidenses; en 2003 esa cuota se vio reducida al 1,4%. Alemania pasó en el mismo tiempo del 24% al 16%, y Francia, del 10% al 8%. Pero China subió del 0,1% al 2,5%. Es razonable pensar que hoy día su cuota sea sensiblemente superior.

    Frente a ese riesgo, Mario Cervantes coincide con Carlos Martínez en que hay aspectos positivos en la actitud del Gobierno español. Las partidas presupuestarias para I+D crecen, y en 2005 el resultado global marcó una subida del 14% respecto al año anterior. "Sin embargo, hay que subrayar que las estadísticas son sólo indicadores. Lo importante son los resultados en que se traduce la inversión".

    Vicente Larraga, director del Centro de Investigaciones Biológicas del CSIC, define el concepto con una metáfora: "Hay que alimentar el sistema para que crezca, no para que engorde. Y por el momento estamos más engordando que creciendo". ¿Por qué? Paradójicamente, todos los entrevistados coinciden en el análisis de lo que no funciona. Y también en cómo corregirlo.

    En primer lugar, todas las personas consultadas consideran nociva la excesiva fragmentación del sistema español. Hay que concentrar las inversiones y fortalecer las instituciones. "Los referentes para las empresas no pueden ser, como ahora, investigadores aislados. Deberían ser los institutos", observa Larraga. "Pero la verdad es que los centros públicos no tienen capacidad de relación con las empresas. La transmisión del conocimiento es ineficaz. No se aprovecha bien lo que se descubre". Martínez sintetiza: "Desgraciadamente, la Universidad ha vivido hasta ahora de espalda a la industria".

    Luego "la duración media de la financiación de los proyectos es de tres años. Eso es poco: para la investigación hace falta estabilidad. En EE UU, normalmente son cinco años. Si a ello se añade que aquí te pasas media vida para pedir la financiación, y otra media para justificarla...", critica Larraga.

    La estabilidad es importante también desde otra perspectiva. "El marco legislativo y fiscal tiene que ser duradero. Las empresas necesitan garantías para poder planificar", subraya Martínez. "No puede ser que a cada cambio de gobierno, cambie la legislación".

    "Además, hay que hacer un uso más inteligente de la propiedad intelectual", prosigue Martínez. "Es significativo que, si es bajo el número de patentes que se registran en España, más bajo todavía es el de las licencias para explotarlas". En todas las entrevistas aparece el argumento recurrente de la escasa seducción que ejerce la carrera de investigación: precariedad laboral, sueldos bajos, escaso reconocimiento social...

    "La paradoja es que, si por un lado es difícil ser investigadores, ¡por el otro no hay suficientes investigadores!", resalta Cervantes. "Europa hizo planes para crecer,pero no hay personal para ello. De hecho, hasta disminuyen los licenciados en muchos países de Europa y apenas se cubrirán las plazas de los que van a jubilarse. También hay que tener en cuenta que en las empresas de servicios el I+D crece a un ritmo enormemente superior al de las empresas de bienes concretos". Un dato a tener en cuenta para impulsar la formación donde hace falta.

    "También debería aprovecharse mejor el potencial que hay en Europa", prosigue Cervantes. "Las empresas van a China porque allí encuentran personal cualificado, barato, en un mercado con capacidad de crecimiento enorme. Pero allí falta algo fundamental y que abunda en Europa: capacidad de gestión, de management. España, por ejemplo, está demostrando tener notables recursos en el área. Podría utilizarla más en I+D y gracias a ello atraer cerebros", avanza Cervantes.


    España sigue a la cola

    Pese a los propósitos electorales de José Luis Rodríguez Zapatero (aumentar en un 25% la inversión en I+D en cuatro años), España sigue a la cola de la maquinaria investigadora europea. En 2005, la inversión en I+D fue equivalente al 1,13% del PIB, porcentaje inferior a la modesta media que dos años antes habían alcanzado ya los 25 miembros de la UE (1,81%).

    El hecho de que España llegara a ese 1,13% fue saludado como un avance, porque suponía un 14% más que el año precedente; para 2007 están previstos nuevos aumentos. A este ritmo será muy difícil alcanzar el objetivo gubernamental de dedicar a investigación y desarrollo el 2% del PIB en 2010, contando con la inversión pública y con la privada.

    "Las buenas ideas, las revolucionarias, salen de investigadores jóvenes, en los 30 o 40 años de edad", observa Vicente Larraga, director del centro de Investigaciones Biológicas del CSIC. "Yo, que me considero un investigador en el último tercio de la carrera, creo tener buen olfato en reconocer lo que es bueno, lo que es malo y cómo desarrollarlo. Las ideas revolucionarias las suelen tener personas jóvenes. Por eso es imprescindible una buena mezcla de investigadores con experiencia y otros más jóvenes". "En España no generamos el número de investigadores que necesitamos", reconoce el presidente del CSIC, Carlos Martínez. "Tendríamos que incorporar unos 50.000 hasta 2010". En 2004, según la OCDE, teníamos unos 100.000 investigadores. ¿Contratar a otros 50.000? El sistema no los genera.

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