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LA TRILOGÍA DE LA CRISIS DE PETROS MARKARIS ME SACA DE CIERTA MONOTONÍA LECTORA

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Acabo de leerme, de un tirón, la trilogía sobre la crisis de Petros Márkaris. Es decir, CON EL AGUA AL CUELLO (2011), LIQUIDACIÓN FINAL (2012) y PAN, EDUCACIÓN Y LIBERTAD (2013). Y me he reconciliado con la novela negra.

Llevaba unos meses un tanto perdido. Leyendo aquí y allá. Disfrutando algo. Sin acabar de meterme de verdad en ningún libro. Sin disfrutar a tope ningún nuevo autor. Y tampoco le sacaba mucho jugo a autores que ya había leído y que me habían gustado. Pero la trilogía de la crisis griega protagonizada por el Comisario Kostas Jaritos (autor con el que tuve un primer contacto en el 2007 gracias a Noticias de la noche 1995) me ha sacado de la atonía.

Las tres novelas de Márkaris son un auténtico ajuste de cuentas con Grecia y los griegos, con la UE y el mundo financiero, así como con lo peor de consumismo y el capitalismo desreglado. No voy a hacer un spoiler, pero diré que en las tres novelas mueres asesinados (generalmente de manera truculenta) banqueros, analistas financieros, economistas venidos de fuera para ajustarnos las clavijas de forma que se pague la deuda adquirida en el extranjero, defraudadores de hacienda, políticos, sindicalistas, empresarios que trabajan para el estado, antiguos héroes de la patria ... Todo ello con el aplauso de la ciudadanía que, por una vez, quiere que su policía no localice y detenga a los asesinos, a los que se considera contemporáneos y verdaderos héroes de la patria. Una vez descubiertos, los asesinos no son precisamente el tipo de personas que pensamos que puedan dedicarse a cortar cabezas, envenenar gente o disparar a bocajarro. Para nada.

Hace diez años habríamos dicho que estas tres novelas son ciencia ficción gore y no novela negra. Hoy supongo que todos comprendemos que Márkaris solo novela lo que todos en el sur de la UE vemos o nos gustaría ver.

Su comisario Kostas Jaritos no ha abandonado la mezcla de ironía, ternura y capacidad analítica con el que arrancó hace ya muchos años su serie. Su mirada sigue siendo una forma privilegiada de ver lo que hay debajo de los adoquines, que no es precisamente la playa.

Maárkaris sigue haciendo gala de un estilo narrativo, mitad periodístico, mitad cinematográfico. Sin alardes estilísticos. Atacando de forma directa. Con una prosa concisa que no densa. Ligera que no insustancial.

Más allá de lo literario, en términos políticos, me ha divertido mucho que si cambiamos las identidades e historias griegas por nombres e historias españolas las tres novelas quedarían totalmente creíbles y coherentes. Bien podría ser una trilogía española.

Aprovecho este post para hacer unos breves comentarios sobre las novelas negras con las que he estado enredado en los meses pasados. No he disfrutado mucho. Pero puede que el problema haya sido yo como lector y no los libros y sus autores. Casi seguro que así ha sido.

  • BLANCO NOCTURNO (2010) de Ricardo Piglia. Heladora, onírica, bella y sustanciosa. Una pena que yo no estuviera como lector muy a tono. En otro momento, creo que me habría parecido un libro de mucha enjundia. Sea como fuere, volveré a Piglia, pues creo que es merecida su reputación de ser uno de los más grandes autores en español vivos.
  • RITOS DE MUERTE (1996) de Alicia Jimenez Bartlett Leo siempre que puedo novela negra española y no había leído nada de esta autora de gran éxito. Correcta y disfrutable. No me cierro a seguir leyendo la serie de su policía Petra Delicado.
  • UNA INVESTIGACIÓN FILOSÓFICA (1992) de Phillip Kerr. Este es un libro que desde hace mucho tiempo está considerado por los expertos como uno de los pináculos de la narrativa negra contemporánea. Las andanzas de la inspectora Jakowicz me entretuvieron. La prosa culturizante de Kerr me divirtió. Pero me pareció, en parte, como una suerte de ciencia ficción que envejece antes de tiempo. No tengo claro si volveré a Kerr, aunque no le niego sus méritos. 
  • EL ALQUIMISTA IMPACIENTE (2000) de Lorenzo Silva (de quien ya había leído y comentado algo en este blog EN EL LEJANO PAÍS DE LOS ESTANQUES 1998). Los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro son un valor seguro. La narrativa del letrado Silva no es sublime. Pero hay un buen equilibrio entre narrativa, fresco social y suspense. Supongo que, sin prisa, pero sin calma me iré leyendo toda la serie.
  • VIENTOS DE CUARESMA (1994) de Leonardo Padura. Siempre que se tercia leo las series de novela negra en orden. Me gusta encontrarme con los protagonistas y sus andanzas de forma ordenada. Por eso de la construcción psicológica de los personajes. En este caso no ha sido así. Vientos de Cuaresma no es la primer caso del teniente Mario Conde. Pero la verdad es que no me arrepiento de haber empezado con desorden. Padura es un autor que combina lirismo con retranca de una manera deslumbrante. Su no disimulada crítica a los bajos fondos de la sociedad y el régimen cubano me recuerdan mucho a Daniel Chavarria. Ambos cubanos, el primero de nacimiento y residencia y el segundo de adopción, sacuden de lo lindo a un régimen que no es una democracia plena, pero tampoco una dictadura al uso, pues en caso contrario los dos vivirían en el exilio, cosa que no ocurre. Más allá de consideraciones políticas. Padura es uno de los grandes del noir y me dosificaré las andanzas del teniente Conde, para que me duren todo lo que sea posible.
  • UNA NOVELA DE BARRIO (2007) de Francisco González Ledesma (de quien ya había leído y comentado algo en este blog CRÓNICA SENTIMENTAL EN ROJO 1984). Gonzalez Ledesma es, creo, el más grande autor de novela negra español vivo. Y, junto al difunto Vazquez Montalban, son la columna vertebral de este género en España. Todo lo que escribe González Ledesma es bueno. Y esta novela también. Te deja la boca del estómago un poco tocada. Pero es lo que hay.
  • UN CIEGO CON PISTOLA (1969) de Chester Himes. Lo leí porque Himes pasa por ser uno de las autores claves de la novela negra norteamericana y el autor por antonomasia de la novela negra en ambientes racialmente negros de los EEUU. No sé si fui yo, con mi caraja lectora. O fue el con su prosa lisérgica. Pero la cuestión es que no he conectado. Acabé el libro tirando de disciplina. Y creo que me lo podría haber ahorrado. Me recordó a Charles Bulowski, sin ser bilioso, brillante y macarra como el angelino.

 

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