Obviamente, IU no puede atrincherarse en estas causas para razonar exclusivamente sobre ellas su grave retroceso. Cualquiera que fuera el sistema electoral, hay cuestiones previas que nos obligan a reflexionar sobre la posición y rumbo políticos futuros de nuestra organización.
Ya en la misma noche del 9-M comenzamos a hacer una sana y constructiva autocrítica sobre los motivos de estos resultados. Lo hemos empezado a hacer tanto de forma colectiva como a título particular; en lo que a mí me corresponde, asumiendo mi responsabilidad directa en estos resultados. Por ello anuncié desde el primer momento, de manera creo que meridianamente clara, mi decisión de no presentarme de nuevo como candidato a la coordinación general en la próxima IX Asamblea Federal.
Y esta autocrítica la seguiremos haciendo en los próximos meses en los órganos de dirección de IU. Somos transparentes y claros en nuestros análisis, y así se lo trasladaremos a nuestros militantes y a ese casi millón de votantes que nos han dado su confianza. Las más de dos décadas de historia de Izquierda Unida no han sido, sin duda, un camino de rosas. Si algo hemos demostrado todos los hombres y mujeres que formamos esta organización es que sabemos cómo enfrentar los errores y cómo aprender de ellos para salir adelante.
Sabemos, además, que sobre nosotros están puestas muchas miradas, incluso las de aquellos que han silenciado y negado deliberadamente espacio a nuestras propuestas políticas en la larguísima precampaña y campaña electorales, y ahora no escatiman tinta, minutos de antena ni opiniones sobre nuestra situación. Aun así, muchas gracias a todos ellos por este repentino interés, frente al que sólo nos cabe desear que continúe en breve cuando volvamos a llenar la vida política de este país con propuestas políticas en positivo como izquierda progresista y transformadora que somos.
En este contexto, un argumento que se utiliza también para explicar la bajada de IU es que el sistema electoral siempre ha sido el mismo y, sin embargo, la pérdida de votos y de escaños, con altibajos, se ha repetido en los más de 30 años de democracia. Esto es cierto, pero se trata de un efecto que, en parte no pequeña, viene propiciado por el mismo sistema electoral. El reducido tamaño de la mayoría de las circunscripciones (menos de seis escaños a repartir), combinado con la fórmula D'Hondt, ha provocado que, elección tras elección, la mayoría de escaños sean en exclusiva para los dos primeros partidos. Ello ha llevado poco a poco al electorado al convencimiento de que el voto útil no es una argucia de los grandes partidos para hacerse con los posibles votos de los otros grupos, sino una necesidad para evitar que gane el gran partido contrario.
El propio Rodríguez Zapatero reconoció el 14-M de 2004 que el PSOE tenía votos prestados de IU. Me consta que, aunque ya no lo diga públicamente, lo mismo piensa ahora, tras una campaña marcada desde las filas socialistas por el miedo al regreso del PP al gobierno. Pero Izquierda Unida no es el PSOE. Tenemos otros cuatro años por delante para volver a demostrarlo en la práctica y quien pueda estar tentado a hacer la cuenta de la lechera se equivocará, y mucho, si piensa que determinadas cosas pueden prolongarse y estirarse hasta el infinito.
Al margen de esto, hay que llamar la atención sobre que el resultado electoral muestra una vez más una grave deficiencia del sistema democrático. Una democracia parlamentaria, basada en el principio de soberanía popular y en la igualdad de todos los ciudadanos, no puede articular la representación política en un sistema que distorsiona de manera perversa la relación entre votos y escaños. Cierto que un sistema electoral es un instrumento no sólo para crear representación parlamentaria, sino también para garantizar la formación de gobiernos estables. Es admisible que el sistema dé un plus de representatividad a los grandes partidos para favorecer la gobernabilidad y, por tanto, un sistema puede ser más o menos proporcional. Lo que no puede suceder, en términos democráticos de igualdad, es que la traducción de los votos en escaños arroje un resultado contradictorio, de manera que partidos con poco más de 300.000 votos tengan media docena de diputados, mientras IU, con casi un millón, obtenga sólo dos. En número de votos, IU es la tercera fuerza política de España, pero dentro del Congreso es la sexta, por detrás de CiU, PNV y ERC.
En contra de lo que suele pensarse, no es que estos partidos nacionalistas estén sobrerrepresentados, es que IU está infrarrepresentada, en beneficio del PSOE y PP.
Esta distorsión de la representación tiene graves consecuencias, aparte del perjuicio democrático que se causa al votante de la tercera fuerza estatal y a esta misma formación en su presencia parlamentaria y en su financiación pública. El sistema electoral impide que emerja una tercera fuerza política a nivel nacional, sea de centro, de derecha o de izquierda, con capacidad para contribuir al gobierno de la nación. Dado nuestro sistema de partidos, el gobierno de turno ha de buscar sus apoyos en exclusiva en formaciones nacionalistas, que tienen menor apoyo ciudadano e intereses políticos territoriales que priman sobre los generales, pero que cuentan con más diputados.
A aquellos que hipócritamente nos acusan de exponer esto precisamente ahora, tras el descalabro electoral, sólo les puedo aconsejar que hagan el pequeño esfuerzo de informarse, si bien la recomendación caerá en saco roto porque tener buena información deja en evidencia la premeditación buscada en sus análisis. Las hemerotecas, videotecas y las actas del Congreso y de los parlamentos regionales de los que formamos parte están repletas de este mismo análisis que ahora reiteramos y de las propuestas políticas para intentar ponerle remedio lanzadas por IU desde hace más de dos décadas. Quien no quiera verlo sólo se engaña a sí mismo y hace un flaco favor profesional a la audiencia a quien se dirige.
Hemos defendido y vamos a seguir defendiendo con vehemencia que se arbitre un sistema electoral en el que la voluntad política del conjunto de los ciudadanos y ciudadanas manifestada en las urnas no quede pervertida y transmutada en su representación en el Congreso de los Diputados. En una democracia parlamentaria la representación política debe basarse en la representatividad de los votos, no de la cocina electoral al gusto de los grandes chefs.